viernes, 17 de junio de 2016



-Que nadie diga de mí nada que yo no pueda controlar.
Lejos estoy de la impersonalidad, tanto me aferro a ser yo que no puedo irme de mí, nunca, aunque viaje por lugares y tiempos, ensaye posturas, coquetee con las mil posibilidades que la vida me ofrece. Siempre soy yo con miedo a ser yo frente a los otros, escapando del espejo en los ojos ajenos.

-Que nadie diga de mí nada que yo no pueda controlar.
Porque cuando yo hablo de mí, selecciono las palabras para acariciarme, mimarme, masturbarme, en diferentes poses. Yo controlo mi goce y mi dolor, mis triunfos, mis aciertos, y hasta preveo las derrotas que no me importan. Pero que venga otro a señalar las manchas que quiero disimular, que me las disimulo a mí misma, eso me resulta insoportable. Aprender a soportar es la consigna.

-Que nadie diga de mí nada que yo no pueda controlar.
Pero hablan todo el tiempo, en cualquier lugar pueden estar mencionando mi nombre y contando una historia, analizándome. Yo no quería ser el tema de conversación de nadie, creo. ¿Quería eso? ¿Quise esto? Claro que sí, por eso la escritura autorreferencial.

 ¿Qué dirán? ¿Me verán tan fea como me veo yo? ¿O peor?

-Que nadie diga de mí nada que yo no me haya dicho antes.
No quiero darle la razón a sus interpretaciones, no quiero ser la sumatoria de las historias de otros.
Aunque eso soy; eso somos todos, un tejido infinito de narraciones ajenas acerca de nosotros mismos.

¿Qué pasa si empezamos a creernos lo que dicen de nosotros?

Somos ese silencio ininterrumpido, esa verdad en otra frecuencia que no podemos siquiera concebir.




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